Octubre 17, 2018
Lo que pasa en el sector
Reflexión

El subdesarrollo argentino habita en el pensamiento primario de sus líderes políticos

A propósito del comentario de Sergio Massa.

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Ezequiel Tambornini.- Para Sergio Massa es necesario “terminar con quienes saquean al país vendiendo productos primarios”. Para Mauricio Macri los derechos de exportación son “un impuesto malísimo que va en contra de lo que queremos fomentar”, pero, aún así, es necesario recurrir al mismo porque estamos en “emergencia”.

 

Todos los líderes de la corporación política argentina –quienes están en el poder y aquellos que aspiran al mismo– comparten la misma filosofía económica: creen que es una vergüenza que la Argentina sea una nación productora de productos primarios (como granos, futbolistas y modelos) y sueñan con un país repleto de fábricas colmadas de obreros sonrientes con cascos de colores chillones.

 

Pero se trata de un sueño que atrasa siete décadas. Un sueño que solo es posible cumplir cerrando la economía para aislar al país de las enormes oportunidades presentes en la actual coyuntura signada por la aparición de una nueva clase media global en Asia y Medio Oriente.

 

En una economía cerrada, el Estado es Dios: decide, por medio de regulaciones, devaluaciones, incentivos, subsidios, licitaciones, etcétera, quien vive y progresa, mientras que condena a la miseria a quienes no gozan de su favor. Los administradores circunstanciales del Estado, cuando comienzan a recibir las primeras dosis de esa realidad, se hacen rápidamente adictos a ella. Es muy difícil resistirse.

 

En una economía abierta, en cambio, los que deciden quiénes prosperan son miles de millones de consumidores localizados en las principales naciones del orbe. El rol de los políticos no es jugar a ser Dios, sino garantizar que todos cumplan las reglas de juego establecidas.

 

Los datos que hablan de ambas realidades están ahí, frente a nosotros, plenamente disponibles. Basta saber que en Chile –una economía abierta– las exportaciones de salmones superan en un 175% a las ventas externas argentinas de carne bovina, a pesar del enorme prestigio internacional que tiene el argentine beef.

 

El gráfico de la balanza cambiaria neta de la economía argentina debería estar en las puertas de todos los colegios, universidades, clubes de fútbol y edificios públicos. Debería constituir un recordatorio constante en medios de comunicación y redes sociales. Porque en ese gráfico es posible advertir que la Argentina vive gracias al aporte de divisas de la agroindustria en general y del complejo oleaginoso en particular. Sin ese aporte –del que deberíamos sentir orgullo todos los argentinos, tal como sucede en Chile con los dólares proveniente del sector minero– los niveles de pobreza, desempleo y violencia serían mucho peores que los actuales.

 

En un segundo escalón en la generación neta de divisas se encuentra la producción de alimentos y la minería. Ambos sectores son –en términos futbolísticos– la reserva de la economía argentina, dado que, en el marco de una economía abierta gestionada por políticos profesionales, tienen potencial para generar una cantidad de dólares similar a la aportada actualmente por la agroindustria.

 

El subdesarrollo argentino habita en el pensamiento primario de sus líderes políticos. Dentro de un año habrá elecciones presidenciales y no se avizora ningún cambio en ese sentido. En tales circunstancias, el único deseo de los siervos del sector privado deberá seguir siendo la posibilidad de obtener el favor de Dios a través de sus representantes terrenales.

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